sábado, 12 de julio de 2014

Lupercio de Latrás, bandolero de novela.

Latrás, perteneciente al Ayuntamiento de Sabiñánigo
Recuerdo que en la Jornada Cultural del año 2004 en Troncedo, Severino Pallaruelo ya nos habló de Lupercio de Latrás. En aquella ocasión Severino disertó sobre las tres épocas  que marcaron hitos en la historia del Sobrarbe: el s. XI, tiempos de frontera entre moros y cristianos; el s. XVI, con las revueltas de los nobles de la zona contra el creciente poder real ; y el s. XX con la construcción de embalses y los efectos geográficos y poblacionales que todos conocemos. Ahora nos encontramos de nuevo con Lupercio (ay, Lupercié, Lupercié ... como parece que suspiraba su madre cuando tenía noticia de sus correrías) entre la bibliografía que Luz Gabás cita en su última novela y tras cuya lectura, como ya comentaba, quedan ganas de saber más de la época. Entre las múltiples  referencias se encuentra un libro de 1993 del mismo Severino Pallaruelo, Bardaxí: cinco siglos en la historia de una familia de la pequeña nobleza aragonesa, y un interesante artículo que Carlos Bravo escribió en 2005 sobre el bandolero que, por propios méritos podría ser  protagonista perfecto para una novela o para una película de aventuras. De hecho, yo creo que el personaje de Surano en Regreso a tu piel bebe íntegramente (y se queda corto) de la biografía de este noble segundón que no se conformó con su destino.   Transcribo un  amplio extracto del artículo citado para que quienes hayáis leído la novela, opinéis al respecto:


"Lupercio era el segundo hijo de Juan de Latrás y María de Mur. La familia paterna era de infanzones y contaba con una dilatada tradición de servicio al rey en diversas empresas militares. Tenían su castillo, y de ahí toman su apellido, en el pueblo de Latrás, hoy perteneciente al municipio de Sabiñánigo, núcleo del que dista 15 Km. Lupercio, sin embargo, había nacido a mediados del siglo XVI en el valle de Hecho, donde la familia tenía propiedades y de donde tal vez procediera su linaje. Pedro, su hermano mayor y primogénito, siguiendo la tradición, había participado en sucesivas campañas militares hasta que, a la muerte del padre, regresó a casa para hacerse cargo de las posesiones familiares que la institución del mayorazgo le concedía. Lupercio, muy apegado a su madre desde pequeño, recibió algunos estudios en Jaca, pero pronto mostró un carácter violento que causó continuas preocupaciones a su progenitora y a su hermano mayor, persona reflexiva y moderada que intercedió por él en multitud de ocasiones hasta el final de su vida. Había un manifiesto antagonismo en la manera de ser de los dos hermanos: a Pedro le llamaban "el galán"; a Lupercio, "el trotamundos".

El primer suceso de gravedad ocurrió en Hecho, cuando Lupercio intervino como mediador en una disputa entre dos bandos que terminó con dos muertes que le fueron atribuidas. Consiguió huir, pero fue condenado a la pena capital por los jurados del valle y mandado perseguir por el rey Felipe II y por la Inquisición, acusado de formar una cuadrilla de bandoleros que atemorizaba a las gentes de aquellas tierras. Su hermano Pedro le aconsejó refugiarse en Francia y consiguió que ejerciera allí labores de espía, informando al rey de los movimientos de los hugonotes y de las intenciones del monarca francés de recuperar Navarra, que siempre consideró como suya. Agradeció el rey de España sus servicios y le conmutó la pena de muerte por la obligación de enrolarse en los tercios imperiales. Fue enviado a Sicilia como capitán de infantería, al frente de una compañía de doscientos hombres que él mismo debió reclutar previamente. Las autoridades querían limpiar de revoltosos aquellos lejanos valles pirenaicos. Hay que decir en este punto que es posible que Lupercio aceptara el ofrecimiento real por el amor que sentía hacia su prima Ana María de Mur y porque en el ejército esperaba hacer méritos para ganar su aceptación.

Estuvo Lupercio cuatro años en Sicilia: allí conoció la tacañería del rey con sus soldados y, en vez de hacer riqueza como esperaba, tuvo que pagar de su bolsillo -esto es, de la hacienda familiar- los gastos de su compañía. Consiguió, sin embargo, permiso real para ir a Roma a solicitar el perdón del Papa Sixto V. Recibida la absolución papal, no duró mucho su propósito de enmienda. Cansado de la inactividad, pidió un traslado a Flandes que le fue concedido, pero sin el esperado ascenso. Después de otra serie de aventuras marineras que le llevaron hasta  las islas Azores y Portugal y que le depararon nuevas acusaciones de no  haber prestado auxilio a un naufragio, acabó en prisión y obligado al pago de una fuerte multa. Eso dolió tanto a Lupercio que, lleno de rabia, abandonó la milicia y, ya convertido en desertor, cruzó a caballo la península hasta alcanzar tierra altoaragonesa. Juzgó tan injusto aquel suceso que a partir de ese momento se produjo un cambio irreversible en su comportamiento.

A ello tal vez contribuyó el que al regresar a su tierra natal no encontrara muy receptiva a su pretendida Ana de Mur y no pudiera anunciar su boda como al parecer era su deseo. Poco después, Ana se casó con Martín Abarca de Bolea y de esa unión nacería Ana Francisca, monja cisterciense en Casbas y reconocida escritora en lengua aragonesa. Es a partir de este momento cuando las equivocadas decisiones de Lupercio lo precipitaron por una pendiente sin retorno.

Dos conflictos sacudieron en esas fechas el territorio aragonés. En Ribagorza, el conde Martín de Gurrea -y más tarde su hijo Fernando- debió hacer frente a una rebelión de sus súbditos instigada desde Madrid por el conde de Chinchón y por el propio rey Felipe II que deseaban el retorno del condado al poder real. En la Ribera del Ebro, los enfrentamientos entre los pastores montañeses (cristianos viejos) y los moriscos (cristianos nuevos) habían aumentado de manera peligrosa. En ambas disputas participó activamente Lupercio de Latrás. Al ser solicitados sus servicios por Rodrigo de Mur, señor de Lapenilla, decidió acudir a Ribagorza para ayudar a los defensores del conde. El de Latrás, antes de ir a Ribagorza, se encaminó hacia la ribera del Ebro para reclutar partidarios que le acompañaran en su empresa de ayudar al conde a salir del apuro en que se hallaba. Allí expuso sus planes a los feroces cabecillas de los pastores tensinos que encabezaban la revuelta contra los moriscos de la tierra baja. Cuando los montañeses quisieron terminar las sangrientas acciones emprendidas, Lupercio se sumó a ellas y participó en las terribles matanzas perpetradas en las poblaciones de Codo y Pina de Ebro. Los cronistas de la época documentan con detalle las espeluznantes escenas producidas en los saqueos y las destrucciones que causaron cientos de muertos entre los moriscos. La situación llegó a tal extremo que las autoridades tomaron cartas en el asunto: se organizaron partidas que persiguieran sin tregua a los alborotadores, quienes, por sus antecedentes militares, habían nombrado a Lupercio su capitán.

Fue entonces cuando el de Latrás, pese a que muchos de sus hombres no le secundaron en la empresa, se dirigió a Ribagorza, donde Rodrigo de Mur y los partidarios del conde resistían en el castillo de Benabarre. Sin embargo, cuando Lupercio y los suyos llegaron a Benabarre ya no fue necesaria su intervención. Poco tardó, sin embargo, "el trotamundos" en volver a las andadas, y esta vez de manera muy sonada. Se lanzó nada menos que a la toma de la villa de Aínsa. Hizo creer en un principio a sus habitantes que lo hacía en nombre de los diputados de Aragón, que no querían que el rey de España acabara con las libertades y los fueros del Reino. Pero pronto quedó al descubierto el embuste, provocando gran enfado tanto entre los diputados aragoneses como en los círculos reales, decididos a poner fin de una vez por todas a las acciones violentas de Lupercio y su cuadrilla. Se publicaron bandos y se puso precio a su cabeza. Pero en un rasgo de provocadora osadía, el bandolero bajó hasta Zuera y colgó pasquines en los que se ofrecía una recompensa por la cabeza del virrey.

Sin embargo, en esta ocasión, las autoridades estaban dispuestas a llegar hasta el final y emprendieron una persecución implacable sobre Lupercio y los suyos. Pese a todo, el de Latrás, en sucesivos alardes de valentía y astucia, conseguía escapar una y otra vez de sus perseguidores. Esta carrera llevó a unos tras los otros de Sangüesa a las Cinco Villas y, más tarde, a Almudévar, Grañén y Lanaja, hasta llegar a Candasnos, donde Lupercio, rodeado por completo, consiguió escapar "in extremis". Quedó diezmada la partida en la refriega y más de ochenta de los suyos fueron allí mismo ejecutados como escarmiento.

Se refugió entonces el de Latrás en la villa de Benabarre. Al ser detectada su presencia, mandó el gobernador un gran número de hombres que cercaron el castillo de la población ribagorzana. Aunque parecía imposible, Lupercio consiguió escapar de nuevo sobornando a algunos sitiadores. Desapareció un tiempo de la escena y anduvo errante por diferentes lugares. Otra vez aconsejado por su hermano, pasó a Francia y más tarde a Inglaterra. Fue nuevamente su protector Pedro quien, al parecer, convenció al rey para que conmutara la pena de su hermano y aprovechara su estancia en tierras británicas para volver a usarlo como espía. Es posible que en esta función Lupercio aún prestara alguna ayuda de utilidad a la corona. Quiso volver a España y lo hizo enrolado en un barco de piratas que pretendían robar en varias poblaciones de las costas del Cantábrico. Una fuerte tormenta provocó que la embarcación encallara cerca de Santander. Lupercio fue hecho prisionero, trasladado al alcázar de Segovia y ejecutado en secreto por orden del rey.

Terminaba así la vida de un personaje que habría de convertirse en leyenda -una canción popular chesa lo recuerda todavía en esas tierras-, y que es un exponente máximo de las revueltas y alteraciones que sacudieron al Reino de Aragón en la segunda mitad del siglo XVI"

Aunque Lupercio hubiera nacido en Hecho y su familia poseyera castillo y tierras en el lugar de Latrás, ya vemos que no se detuvo ante ninguna frontera para sus correrías pero además hay que señalar que estaba muy vinculado a  territorios bien próximos a los nuestros según escribe Alfredo López Lanaspa en el Volumen XXXV de la revista Serrablo, "en 1412 Sancho Sanz de Latrás le juró fidelidad al rey Fernando en Zaragoza, posteriormente Pedro Sanz de Latrás sería heredado por su hermano Juan Sanz de Latrás, caballero de la orden de Santiago y esposo de Esperanza Mur de Bardaxí, hija de Ramón de Mur señor de Pallaruelo de quien recibió como dote el lugar de Ligüerre de Cinca junto con el valle de Lierp y la villa del Turbón.  Lupercio Latrás, esta vez ante el notario Juan Villanueva, en 1582 vendió a su madre María de Mur los bienes que habían pertenecido, a su tío Pedro Latrás, de quién Lupercio sería heredero universal según se desprende del testamento público llevado a cabo en el castillo de Latrás ante Juan de Xavierre menor, notario público de Jaca" Creo recordar que, en la conferencia citada al principio de este artículo, Severino situaba a Lupercio de niño (cuando aún era Lupercié) en la Casa Palacio de Ligüerre.

1591, tropas castellanas entrando en Zaragoza



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