jueves, 30 de septiembre de 2010

La generación de Muñoz Molina

  "Elogio apasionado del conocimiento" es el título de una conferencia de Antonio Muñoz Molina  que yo encontré en el Facebook de Elvira Lindo, su mujer.  Disfruté muchísimo con su lectura, así que me ha parecido oportuno colgar aquí unos párrafos de la misma  porque estoy segura de que a muchos de los troncedanos de su generación (también de otras precedentes e incluso más jóvenes) os resultarán tan familiares como a mí algunas de las afirmaciones del autor. Todo el texto es magnífico, así que si te interesa conocerlo en su totalidad puedes encontrarlo aquí.
(...) Pertenezco a una generación que nació en la mitad del siglo pasado y por lo tanto ha vivido a medias entre dos mundos. Nos hicimos adultos en un país que empezaba a ser próspero, pero tenemos recuerdos muy nítidos de la pobreza y el atraso. Vivimos en grandes ciudades y en mayor o menor medida casi todos nos hemos asomado a otros países del mundo, pero nos criamos en sociedades rurales en las que la vida se reducía al círculo muy estrecho del pueblo o del barrio campesino, y en las que las expectativas de bienestar eran muy limitadas, y menos verosímiles que las de retroceso, porque una mala cosecha o unos años de sequía o una enfermedad podían traer la ruina, o estrechar más aún el cerco de la pobreza. Muchísimos de nosotros fuimos los primeros en nuestras familias no ya en llegar a la universidad sino en terminar la escuela primaria y hacer el bachillerato. Los escritores tienden a atribuirse pasados singulares en los que muy prematuramente ya se insinuaba la predestinación para la literatura. Pero que yo me hiciera escritor no es más significativo, en términos de cambio social, que las carreras profesionales de otros coetáneos míos de parecido origen: profesores, médicos, ingenieros, periodistas, abogados. Cuando nos encontramos por el mundo nos reconocemos sin vacilación, con una fraternidad instantánea basada en la memoria común, que nos alivia de la necesidad de explicarnos. Algunas veces tenemos recuerdos que parecen más antiguos que nuestras propias vidas. Somos parecidos a ese tipo de personaje tan frecuente en las novelas americanas del siglo XX, el hijo de emigrantes que habla sin acento la lengua del nuevo país y se mueve con fluidez en él pero conserva la lengua de sus padres y siente que viaja a otro mundo o a otra región del tiempo cuando visita el barrio en el que nació, y del que los emigrantes de la primera generación nunca salieron del todo. Nuestros padres pertenecen al país del pasado, nuestros hijos al del porvenir. Nosotros, que hemos vivido con plena conciencia el tránsito del uno al otro, no nos identificamos por completo con ninguno de los dos. Dibujamos las primeras letras sobre una pequeña pizarra con un marco de madera y ahora escribimos en un ordenador portátil en el que acarreamos sin peso toda la biblioteca de nuestros trabajos y todas nuestras conexiones instantáneas con el mundo exterior. Nuestros padres segaban con hoces y cavaban la tierra con azadas y nuestros hijos envían a toda velocidad mensajes por el teléfono móvil en un lenguaje cifrado que a nosotros nos cuesta comprender. Nos acordamos de cómo era el mundo antes de la televisión y ahora navegamos con soltura por Internet y sabemos encontrar en youtube una actuación recóndita de Thelonious Monk en los años cuarenta. Para nuestros hijos viajar en el AVE en menos de tres horas de Madrid a Barcelona es tan natural como lo fue para nosotros pasarnos largas noches enteras en los expresos que nos llevaban a Madrid. Ellos se mueven por Europa sin fijarse mucho en las fronteras que cruzan. Nosotros nos acordamos de cuando hacía falta un certificado de buena conducta expedido por la policía para solicitar un pasaporte, y los hombres de la generación de nuestros padres apenas salieron de jóvenes de su pueblo natal para ir al ejército, y cuando salían a Europa era para trabajar en tareas agotadoras y muchas veces serviles en países de gente arrogante y hostil que les daba órdenes en lenguas que ellos no entendían. Y cuando nos va a ganar el fatalismo sobre nuestro sistema político una punzada instintiva nos recuerda siempre que por muy defectuosa que sea la democracia nunca es lícito renegar o capitular de ella, porque hemos vivido en una dictadura y recordamos la experencia de su grosería y su fealdad, y conocemos de primera mano la diferencia entre tener libertad y no tenerla, entre ser un súbdito y ser un ciudadano.

Y nos damos cuenta, según cumplimos años y tenemos hijos, de que una de nuestras obligaciones es contar lo que nosotros hemos vivido, explicar con cuidado cómo fueron las cosas para que quienes no las vivieron sepan calibrar cómo son ahora, qué reciente es todo lo que ellos tienden a dar por supuesto qué poco tiempo ha pasado desde que parecía imposible lo que ahora resulta casi aburridamente cotidiano. Pero ésta ha sido inmemorialmente la tarea de la enseñanza y la responsabilidad de las generaciones mayores hacia las jóvenes: la transmisión de conocimientos fundamentales para explicar con veracidad el mundo y para sobrevivir con dignidad en él. La historia entera de la especie humana se basa en ese trasiego permanente de la experiencia acumulada y renovada por las generaciones sucesivas.

Como a mucha gente de mi edad, me criaron personas que poseían saberes prácticos muy valiosos y sutiles y que profesaban una reverencia temerosa hacia las formas abstractas del conocimiento, para ellos inaccesibles. En la mayor parte de los casos escribían y leían con dificultad pero al decir la palabra saber parecía que la pronunciaban con mayúscula. “El Saber no ocupa lugar”, decían. “El que no sabe es como el que no ve”. Muchos de ellos no habían tenido nunca la oportunidad de ir a una verdadera escuela. Otros habían acudido brevemente a aquellas escuelas llamadas de “perra gorda” en las que maestras aficionadas, con buena voluntad y no mucha instrucción, les enseñaban rudimentos de escritura y de cuentas en graneros o portales. A mi abuelo materno, que llegó a tener una letra elegante y leía con una noble entonación algo enfática, le enseñó a leer y a escribir por las noches, a la luz de un candil, un capellán o sacristán del cortijo en el que trabajaba como mulero(y perdonen que me sume a la moda de sacar a relucir un abuelo:lo hago por razones estrictamente sociológicas). En 1936, cuando estalló la guerra, mi padre tenía ocho años, y mi madre seis. Los dos dejaron entonces la escuela para no regresar, él forzado a trabajar en el campo ayudando a su abuelo mientras su padre estaba en el frente, ella en una casa de muchos hermanos en la que las obligaciones domésticas le hicieron olvidar pronto una afición precoz a la lectura. Hombres y mujeres eran conscientes con la misma agudeza de las limitaciones que la falta de instrucción formal imponían en sus vidas, pero las experimentaban de manera distinta. Los varones, a los que uno veía moverse con tanta seguridad y soltura en los trabajos del campo, se volvían medrosos cuando trataban con personas que tenían sobre ellos una posición de poder basada en los privilegios misteriosos del conocimiento: funcionarios, médicos, abogados, jueces, inspectores, sacerdotes, figuras de autoridad casi siempre despectiva y muchas despótica que habían accedido a ella por nacimiento o porque tenían estudios. “Tener estudios” quería decir vagamente haber hecho una carrera, hablar de una forma sonora usando palabras poco comprensibles, incluso saber latín. “Ese sabe latín”, decían de alguien no particularmente honrado, pero sí muy hábil para sacar beneficio sin demasiado esfuerzo, y muchas veces con engaño. Hasta un oficinista que supiera escribir a máquina y hacer anotaciones enigmáticas en grandes libros de registro ostentaba poder y disfrutaba privilegios: entre otros, el no pequeño de trabajar bajo techado, a salvo del calor, de la lluvia o del frío. Para defenderse de esa gente hacía falta un dominio de las palabras habladas y escritas equiparable al suyo. Por mucho que se esforzara en su trabajo, un campesino o un artesano sabía que sus posibilidades de progreso eran muy limitadas. Pero abogados, jueces, inspectores, recaudadores, podían quitarle lo que era suyo y arruinarle la vida. La ignorancia era una debilidad y una humillación; un insulto de clase.

Para las mujeres esa conciencia de inferioridad era aún mayor porque reforzaba su posición subordinada hacia los hombres. Nosotros, de niños, imaginábamos que ese era el orden natural de las cosas, y ni siquiera cuando empezamos a alimentar conatos adolescentes de rebeldía política se nos ocurrió que las mujeres en nuestras familias sintieran alguna forma de disgusto hacia el papel que se les asignaba. Leíamos en secreto el Manifiesto Comunista de Marx y la Revolución Sexual de Wilhelm Reich pero no teníamos el menor reparo en que nuestras madres y hermanas nos hicieran las camas, nos sirvieran la comida y se qudaran fregando platos y barriendo la cocina cuando nosotros ya habíamos regresado a nuestra lectura emancipatoria. Para las mujeres de clase trabajadora que no pudieron seguir yendo a la escuela ni tener derechos civiles después de la victoria franquista la falta de educación formal era una injuria todavía más inmediata, porque confirmaba su dependencia absoluta de padres y maridos, su encierro en la casa y en las labores domésticas, la pura imposibilidad del libre albedrío.(...)
  (...) Aspirantes a caudillos políticos o religiosos quieren robarnos el albedrío en nombre de la adhesión a la patria o a la causa o al reino de los cielos: el conocimiento fortalece nuestra soberanía personal y la fraternidad con nuestros semejantes y nos ayuda a desbaratar las mentiras que nos cuentan. Y también nos descubre el saber que más falta nos hace: cómo vivir con dignidad, aquí mismo, ahora mismo, honrando a los que vivieron antes que nosotros, cuidando los dones valiosos y frágiles de este mundo, que es el único mundo y el único paraíso posible, trantando de no hacerlo inhabitable para los que vengan detrás de nosotros.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Romina y Al Bano

Después de una semana tan intensa y con la emoción todavía a flor de piel, tenemos que recurrir al viejo tópico de que "la vida sigue". Y en esta vida también hay lugar para la broma y el sarcasmo. ¿Sabías que Romina y Al Bano dedicaron una canción a unos vecinos de por aquí cerca?

martes, 21 de septiembre de 2010

¡Hasta siempre!

Para que el Canto a la Libertad sea el himno de Aragón. Animo a todos los de Troncedo, a los amigos, a los  de cerca, a los de lejos,  a los que visitan esta página  y también a los que entran por casualidad  a que se adhieran a la campaña. Puedes firmar aquí.


domingo, 19 de septiembre de 2010

Orfandad

En junio de 2009 el Alcalde de Aínsa, D. José Miguel Chéliz, dedicó un un poema a José Antonio Labordeta, con estas palabras:

“Querido beduino, tú tienes la ventaja de haber sido siempre abuelo, en cambio nosotros tuvimos la desgracia de ser jóvenes un día y al otro ya éramos yernos o tíos. Has atizado nuestra vida en el cálido fogaril de tus canciones y por eso, ahora que ya nos vamos templando, queremos decirte gracias amigo y de alguna manera nos encantaría poder devolverte parte del calor que tu mismo nos has dado. De momento aquí va esta canción huérfana a ti dedicada. Huérfana porque la pobre ha tenido la desgracia de nacer en una página sin partitura y está esperando ser adoptada por la música". Que yo sepa, la canción sigue huérfana, igual que todos nosotros que nos hemos quedado sin el abuelo aragonés que más fuerte y más dignamente hizo resonar los nombres LIBERTAD y ARAGÓN en todo el país. Descanse en paz.


CANCIÓN (HUÉRFANA) A JOSÉ ANTONIO LABORDETA

Desde Abejuela a Parzán,

desde Fraga hasta Bordalba,

de Tarazona a Beceite

y de Guaso a Banastón.

Es un mito, una utopía,

un río, una aparición,

un error, o tal vez no,

un porrón de geografía.

Aragón se funde en canto,

olvidándose del llanto

y su conciencia despierta

cuando canta Labordeta.

Con un bigote en volandas,

plantándole cara al cierzo,

un pie al agua otro al desierto

y en el medio la guitarra.

Truena la voz destronada

del secular conformismo,

del temor y el victimismo

por el llano y la montaña.

Aragón se funde en canto,

olvidándose del llanto

y su conciencia despierta

cuando canta Labordeta.

Y la buena sementera

cala en la tierra dormida,

un nuevo brote germina

y el ocre se desespera,

el mediocre no se entera

de dónde viene esta brisa,

que llega lenta, sin prisa,

imparable y guerrillera.

Aragón se funde en canto,

olvidándose del llanto

y su conciencia despierta

cuando canta Labordeta.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Esperanza


Después de una mañana incierta, la tarde ha despejado el cielo, la puesta de sol no ha defraudado y la terraza del bar era un lugar ideal para tomar una cerveza en compañía de amigos... Mañana volverá a salir el sol para todos.

Teja II. Metáfora.



Esta mañana la niebla pugnaba por invisibilizar el Tozal de Salinas, una vez que ya había conseguido ocultar el valle. Es una imagen a la que los troncedanos estamos muy habituados.  No he podido evitar la idea de que esta vista tan repetida para nosotros es una metáfora de lo que ocurre en el mundo actual. Igual que desde la plaza podemos divisar ese territorio en tinieblas, todavía quedan rincones en los que se pueda mantener una perspectiva global esclarecida.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Panorama público

Este verano ha existido la oportunidad (difícilmente repetible) de llegar hasta lo más alto de la torre del castillo. No sé si hago bien desvelándolo pero es vox pópuli que una gran mayoría de ese pópuli no ha dejado de aprovechar la ocasión. Para los más timoratos, para  los más prudentes o  para los que no podemos evitar sufrir un vértigo terrible en cuanto nos alejamos más de dos metros del suelo, cuelgo aquí estas fotos cedidas por uno de esos aguerridos asaltadores de andamios y así podemos disfrutar también del panorama.


sábado, 11 de septiembre de 2010

Votos por Aínsa

La asociación cultural La morisma ha presentado a Aínsa al Concurso del Heraldo con una foto de la representación de este año en el que salen todos los actores y figurantes, más de 300 personas. La intención es que Aínsa gane el Concurso Mi Pueblo es el Mejor, el mismo concurso que en la edición pasada ganó Saravillo en uno de sus apartados, al pueblo más marchoso.

 Hay que entrar en la página:
y votar por la foto ‘Morisma Aínsa 2010′ que ha colgado Isabel Bergua. Para votar basta con posicionarse encima de las estrellas que hay debajo de la foto (a poder ser sobre la quinta, que es la máxima puntuación). Al pulsar sobre la estrella, la página os indicará que tenéis que registraros previamente, y permitirá crearos una nueva cuenta si es que no la tenéis ya.

Para todos aquellos que no tengáis creada una cuenta en el Heraldo con anterioridad, simplemente comentaros que cuando la creéis, se os mandara automáticamente un correo a vuestra cuenta personal para verificar que el correo es correcto. La creación de la cuenta es un poco engorrosa, aunque la página te va guiando completamente, el proceso completo puede durar unos 5 minutos.

El año pasado ganó Saravillo un premio, este año a ver si gana Aínsa y al año que viene ... ¡habrá que movilizarse y conseguir que vuelva a caer en el Sobrarbe, por la punta del sur!

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los nombres de las casas

Los que conocen nuestros pueblos ya saben de la tradicional importancia de la casa, concepto que englobaba mucho más que el edificio; en realidad lo era todo: los edificios, las propiedades rústicas, los animales y hasta las personas, familias y criados (si los  había). De tal manera que, para la vida cotidiana, era más importante el nombre de la casa que la filiación de nombres y apellidos que figuraban en los documentos oficiales. Pero ¿os habéis parado a pensar el origen de esos nombres? Haciendo recopilación de las casas "antiguas" que permanecieron hasta los años 50 y 60, la mayoría se refieren al apellido de la familia: Sorina, Castro, Perera, Antón, Salas, Plana, Solanilla, Mariñosa, Arcas, Blan (o Blanc, como aparece en algunos sitios), Sarrat y Viu. En este caso cabe reseñar que la única que conserva todavía ese apellido iniciático es casa Mariñosa. Un segundo grupo de casas, se identifican con un nombre propio, posiblemente el fundador o algún "amo" de fuerte personalidad: Pascual, Luis, Joaquín. Luego están las que hacen referencia al oficio o función que se traspasaba de padres a hijos: Jornalero, Baile, Ferrero, Albañil, Sastre, Tejedor. No sé muy bien si las casas Torretas y Torrocella hacen referencia a su emplazamiento algo alejado del casco urbano (torres) o precisamente al apellido Torres que creo que compartieron en algún tiempo ambas y, por último, una curiosidad: casa Soltero sería fundada seguramente por alguna pareja de "solteros" que se casaron. No es un chiste, porque "casarse Soltero" era una expresión que se refería a aquellas parejas en las que ninguno de los dos contrayentes eran herederos de ninguna casa, situación relativamente rara en un pueblo donde la tradición del heredero estaba tan extendida. y la alternativa para los que no lo eran se limitaba a casarse con otro heredero o heredera (herederas eran menos), permanecer en la casa familiar o  emigrar. Esta información que yo recogí no hace mucho se confirma con el hecho que, efectivamente, la casa  que hoy conocemos como casa Soltero  se levantó a partir de un pedazo de  casa Baile que fue comprada por los antepasados de la familia actual a finales del siglo XIX, igual que ocurrió con casa Albañil, que estaba al otro lado (el  occidental) de la misma casa Baile y que fue adquirida por mis bisabuelos en el año 1.877 (ellos también se "casaron solteros" y se trasladaron de Morillo de Monclús de donde procedían ambos, uno de casa Ferrero y otro de casa Nau, a Troncedo).

En la actualidad, las nuevas casas que se han ido levantando en el pueblo, siguen manteniendo la tradición del nombre y la categorización de los mismas, salvo algunos casos en los que han buscado algún nombre más ligado al entorno natural; me refiero a Los Milanos y a la casa Altamira (la de Anne).  Pero lo que ha llamado mi atención este pasado mes de agosto es la aparición de una nueva casa, mejor un nuevo nombre que, además de inspirarme esta entrada, llena de esperanza el futuro de nuestro pueblo: la casa de "Las zagalas". Eso, eso es lo que necesita Troncedo y otros muchos pueblos del Sobrarbe:  casas llenas de zagales y zagalas. Gracias a esas zagaletas que animan las calles siempre que pueden escaparse de sus ciudades habituales.

Pilar Ciutad

domingo, 5 de septiembre de 2010

Desde Kenya

Ya hemos dedicado algunas entradas a lugares que están prácticamente a un tiro de piedra de Troncedo, indudablemente nos quedan muchas más por apuntar. En este sentido, invito a todos los troncedanos, en el más amplio sentido de la palabra, a participar descubriéndonos nuevas rutas (o viejas, muy viejas). Pero hay mundo más allá de Troncedo y, para constatarlo, Luis Miguel de casa Torres, nos envía una foto desde el corazón de Kenya, pues ni más ni menos que hasta allí se marchó. Eso sí, una vez  que hubo cumplido como el mejor de los barmans y de haber sido también el "mayordomo" principal en las fiestas. Además,  se metió un ejemplar del  Caixigar en la maleta. Nos lo muestra en la foto que se hizo  en la Reserva Nacional Masai Mara y nos cuenta que está "junto al río Mara, por donde cruzan los ñus en su migración al Serengeti (aunque no se ve en el río había ñus muertos, cocodrilos e hipopótamos) ". Se aprecia también al fondo una manada de ñus que ya había cruzado el Mara.
Gracias, Luis, por acordarte de todos nosotros en aquellos lugares. Que cunda el ejemplo, que El Caixigar, y con él un pedacito de Troncedo, ruede por ahí ...

sábado, 4 de septiembre de 2010

De ronda en RONDA

No creo que haya ningún troncedano, de origen o de adopción, que no sea admirador de la Ronda de Boltaña. Tanto es así que, desde hace un par de años,  en un afán de emularla y con más voluntad que profesionalidad y momentos de ensayo y conjunción, se ha constituido nuestra propia ronda, la de Os Casaus, que sólo toca y canta en la víspera de la fiesta. Iñigo me ha mandado el enlace a un vídeo que ha colgado Teresa en youtube. La verdad es que recomiendo su visionado sólo a los de Troncedo, ya que con tanta oscuridad seremos los únicos capaces de reconocer (o casi, mejor, adivinar) lugares y personas; también somos los que sabemos las limitaciones de tiempo para preparar la actuación y comprenderemos mejor los "fallos". en la música y en la entonación. En cualquier caso, el visionado está abierto a quien lo desee y el entusiamo de los rondadors  es evidente para cualquiera.




viernes, 3 de septiembre de 2010

Desde Troncedo


Una de las ventajas que tiene Troncedo es su emplazamiento en  terreno fronterizo entre dos valles pirenaicos: Sobrarbe y Ribagorza, a la vez que prácticamente a la puerta de ambos mirando desde el Sur. Aislado del mundo pero a la vez cerca de casi todo. En estos tiempos esta ubicación nos permite realizar innumerables excursiones y actividades en una misma jornada, tanto hacia otros valles y montañas al norte como a la tierra llana. Ya hemos descrito algunas y ahora añadimos cómo un día  del pasado mes de agosto, nosotros pudimos, sin necesidad de madrugar, hacer el siguiente recorrido: primero empezar la mañana allá arriba del Entremón, llegando hasta el castillo de Samitier a través de la ermita románica de San Emeterio y San Celedonio, lugar donde Leonardo di Caprio podría haber gritado con mucha más propiedad aquello de "Yo soy el rey del mundoooo" desde el mismo borde del precipicio; más tarde comer en Labuerda, para llegar a buena hora a Boltaña y acompañar a la Ronda por las calles de su pueblo. A partir de ello podíamos elegir entre llegar a cenar a Troncedo o quedarnos al baile; eso depende de cada uno ...